Amar y ser sabio by Josephine Tey

Amar y ser sabio by Josephine Tey

autor:Josephine Tey [Tey, Josephine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1950-01-01T00:00:00+00:00


12

SILAS Weekley vivía en una casa situada en la callejuela que salía del pueblo en dirección al amplio meandro del río antes de transformarse en un sendero natural. Al llegar a los prados, no obstante, formaba un ángulo recto y continuaba bordeando la parte trasera del pueblo, para después girar nuevamente y volver a unirse a su calle principal. Era un rasgo urbanístico muy particular, característico de la localidad. En la última casa antes de los prados vivía Silas Weekley, y Grant, que «procedió» a entrar al estilo policial, se sorprendió al descubrir un lugar bastante pobre y descuidado. No solo porque Weekley era un autor muy vendido que podía permitirse un lugar más atractivo, sino porque no se percibía que hubieran hecho el menor esfuerzo por embellecerlo. La pintura y los encalados de las casas de sus vecinos, que hacían de la calle principal de Salcott St. Mary una delicia para la vista, brillaban aquí por su ausencia. No había plantas en las ventanas ni cortinas decorativas. Aquel lugar parecía salido de la barriada de cualquier ciudad industrial y llamaba especialmente la atención en aquel entorno.

La puerta de la casa estaba abierta y los aullidos de un bebé y un niño de corta edad se perdían en el aire matinal. En el porche había un barreño con agua sucia en el que las burbujas de jabón reventaban una a una con lenta resignación; en el suelo, justo al lado, yacía un animal de peluche tan mugriento y gastado que era imposible identificar si pertenecía a alguna especie conocida. La estancia al otro lado de la puerta estaba vacía en ese momento y Grant se detuvo a observarla algo asombrado. Estaba pobremente amueblada, sucia y desordenada hasta lo indecible.

Los llantos continuaban en alguna otra habitación de la parte de atrás, de modo que Grant llamó con fuerza a la puerta principal. Al hacerlo por segunda vez escuchó la voz de una mujer:

—Déjelo ahí sin más, gracias.

Al tercer intento Grant llamó a voz en grito y ella emergió de la oscuridad de la parte trasera de la casa y se acercó para examinar al desconocido.

—¿La señora Weekley?

—Sí, soy la señora Weekley.

En otra época debió haber sido bonita. Bonita e inteligente, una mujer independiente. Grant recordó haber oído que Weekley se había casado con una maestra de primaria. Llevaba un delantal de arpillera sobre una bata estampada y unos zapatos viejos de esos a los que es fácil acostumbrarse para hacer toda clase de tareas en el hogar. No se había molestado en ponerse medias y los zapatos le habían dejado marcas en el empeine de ambos pies. Se había recogido el pelo liso en un desesperado y tirante moño, pero los mechones delanteros, demasiado cortos para aguantar mucho tiempo amarrados, caían a ambos lados de su cara. Una cara larga y muy cansada.

Grant dijo que le gustaría ver un momento a su marido.

—Oh.

Tardó en asimilar el mensaje, como si su mente siguiera concentrada en el llanto de los niños.

—Siento que esté todo tan desordenado —dijo, sin conseguir centrarse del todo en lo que tenía delante—.



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